miércoles, 27 de agosto de 2008

subo abajo

Voy parado, agarrado del caño. No sé si apoyar la maleta en el piso, entre mis piernas, sujetándola. No se si se va a ensuciar. Mis manos también se ensucian. El caño me deja un olor en las manos muy particular. Mezcla de metal, y la suma de todas las suciedades humanas depositadas ahí, en ese caño, que a su vez se ve tan limpio.
Apuesto a que en pocos minutos voy a olvidar este asunto, y me llevare la mano a la boca por alguna razón. Apuesto inclusive, a que voy a olvidar estas apuestas.
Nunca me siento si se desocupa un asiento cuando el colectivo esta muy cargado. El hecho de estar evaluando cuan vieja es una persona para ver si merece o no mi asiento, me estresa. Alguna veces, cuando regreso luego de un extenuante día de trabajo, pienso que tal vez suba un anciano, que estuvo todo el día descansando, y que tuvo una vida turbia, llena de miserias y maldades. Y yo con mis piernas colapsadas cedo el asiento a ese tipo que merece la muerte hace rato. Luego salgo de ese pensamiento velozmente, suponiendo lo contrario.
Me canso de la radio en mis auriculares, y busco música en mi aparatito. El disco de los Draytones me encanta, pero ya me canso un poco. Sólo tengo a los Pels. Da para escucharme?
No se si da, pero lo hago.
La avenida cabildo y su túnel de carteles horrendos con irme de mi como soundtrack me ponen en estado de alerta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos tingote!

buena anécdota
siempre uno se acuerda que agarro el citado caño, cuando ya está comiendo el pan de la heladera

abrazos